Valle dorado por infinitos crepúsculos,
tierra ataviada de ríos plateados,
en mística reverencia te inclinas
ante las Sierras Grandes.
En tu profundo seno
cobijas al extranjero,
estampando tu marca indeleble,
en el hombre que tras su sueño te deja.
Algarabía de niños interrumpen
tu merecida siesta sabor a poleo,
con mansedumbre los perdonas,
y del estío los acoges
bajo brazos de verde sombra.
En la profunda noche, miro tu cielo,
y se me antoja una sonrisa dibujada de estrellas,
¿Qué misterioso secreto guardas en tus entrañas
que alimenta ésta eterna calma?
Claudia de León
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