¿TE GUSTA LEER? ¿TE GUSTA ESCRIBIR?

En este blog te damos la oportunidad para que publiques lo que escribís: poesías, cuentos, frases, fragmentos de esa novela que hace tanto que guardás en un cajón. ¡Dale! ¡Animate! Solo se trata de dar el primer paso.



martes, 5 de octubre de 2010

TERTULIA LITERARIA

            Cuando llegaron, la tarde escanciaba sus últimas horas. Yo estaba tan atareada que las saludé con la mano desde atrás de la barra. Ser dueña de un bar no había resultado tan romántico y exultante como me había parecido en un comienzo. Entre los empleados y los proveedores –por no hablar de la contabilidad–, estaba enloqueciendo.
            Se acomodaron en la mesa junto al ventanal. Tenían en común no sólo la edad sino la pasión por la literatura. En realidad, la mayor parte de los habitúes del lugar eran escritores o pretendían serlo. Ese había sido mi proyecto más ambicioso. No sólo editar un libro, dirigir un taller sino también llegar a ser el centro de atención, el punto de convergencia de la elite literaria en el cual fuera reconocido mi talento como algo único, valioso por su peculiaridad.
            En cuanto pude me acerqué a ellas e intercambiamos un par de palabras. Elena me contó de su hija, que se había divorciado y me obligó a leer dos poemas de su autoría que eran pura efusión descabellada. Por supuesto que no se lo dije. Clarisa, licenciada en Ciencias de la Educación, estaba corrigiendo el último capítulo de su seudo novela histórica y se mofaba con ironía del cuento que había escrito Lourdes.
Todas nos reímos.
            Lourdes había nacido para dirigir una familia y fregar los pisos, pero desde que el marido la engañaba con una mujer mucho más joven, se había puesto en la cabeza que quería ser escritora y nos atormentaba con frases inconexas.
            Clarisa y yo hablamos de mi reciente libro y de las ventas en Buenos Aires que habían ascendido la última semana. Brindamos por mi éxito y ella pronunció un discursito estúpido que remató con la novedad de que había ganado el primer premio del concurso municipal. Me sentí morir de envidia pero lo disimulé. No estaba en mis planes ser ultrajada por nadie y mucho menos por una alumna decrépita de mi taller. Pero la que no pudo esconder la bronca fue Lourdes. La tonta hacía meses que la veneraba como a una egregia dama de las letras.
            Me alejé unos momentos para atender la caja registradora y cobrar la mesa número diez. En cuanto pude volví a observarlas. Clarisa alardeaba casi a los gritos del premio, mientras Elena, a su derecha, garabateaba unas rimas, seguramente tan inteligibles como las que me había obsequiado. Lourdes me llamó la atención: había inclinado la cabeza en una posición extraña de entrega. Creí que estaría llorando como solía hacer a menudo ante cualquier ocasión y sin una causa aparente. Pero en seguida se recuperó y fijó su mirada en el rostro de Clarisa que me daba la espalda. Sus ojos enrojecidos por el llanto contenido y la boca descompuesta en un rictus amargo me asustaron. No parecía la misma persona abnegada e introvertida que yo conocía.
            Entonces todo comenzó a trasmutarse. Los minutos parecían suspendidos como una gota de rocío inerte. Desde la barra distinguí como Lourdes sacaba lo que parecía un revólver en miniatura y apuntaba a la cabeza de Clarisa. Sentí el estallido y una gota de sudor me resbaló por el lado izquierdo del cuello. Elena profirió gritos histéricos mientras Clarisa se derrumbaba en el suelo.
            Me acerqué para socorrerla y le grité a Lourdes que estaba loca. Mi corazón parecía a punto de estallar, mi cuerpo se estremecía de frío y las imágenes a mi alrededor comenzaban a distorsionarse. Lourdes no dejaba de mirarme y sonreía como si estuviese desquiciada. Clarisa, en lo que me pareció un acto sobrehumano, abrió los labios y murmuró una frase entrecortada. Suspiré con alivio pero con cierto esfuerzo por la agitación que me oprimía. El lugar se oscureció de una manera espeluznante. Clarisa se incorporó con cierta torpeza y todos me rodearon. Sentí que no podía mantener el equilibrio. Lourdes soltó una carcajada e intentó escapar pero Raúl y Carlos la detuvieron.
            Mis últimos pensamientos son para él y para su futuro y sé que su inmolación será permanecer al lado de una mujer mediocre.

©Mariela Mariuzza






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