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martes, 28 de septiembre de 2010

KARMA

            Hoy fue el día más largo de mi vida. Mientras grabo estas palabras enhebro los recuerdos como si fueran las cuentas de un rosario y la alegoría se vuelve un anatema. Por el resquicio de la ventana se cuelan las primeras luces del alba, pero las sombras, de lo que presiento será un ocaso perpetuo, no retroceden. Frente a mí la pequeña mesa desdibujada y sobre ella el frío acerado de la depuración. En el saturado mutismo desfilan las imágenes eclécticas que se abren paso hacia la conciencia y me entrego a ellas en un acto de contrición.
            Había concertado la cita por teléfono y la secretaria me había asegurado que al mediodía el consultorio no estaría muy concurrido. Fui preparado con una grabadora oculta en el bolsillo interno del saco. Cuando llegué me encontré con una sala de espera improvisada en un tortuoso corredor. Me acomodé en un sillón desvencijado y repasé mentalmente los datos que me habían dado en la redacción: el Doctor Leonardo Da Graco había llegado a la ciudad hacía seis meses; psicólogo expulsado por haber incursionado en técnicas alternativas, entre ellas la hipnosis y la precognición. Su pasado estaba envuelto en un hermetismo decoroso.
            Se abrió la puerta y el médico me indicó que pasara. Era bajo y robusto, su cabello le rozaba los hombros y le ocultaba en parte la cara. Cuando me senté, introduje la mano en el bolsillo del saco y mientras sacaba un pañuelo encendí la grabadora. El no pareció percibirlo. Estaba concentrado en el vaso que tenía en una mesita anexa. Al fin se decidió y bebió a grandes sorbos una sustancia de color ámbar. Parecía cerveza pero no tenía espuma. Con el vaso semivacío en la mano, levantó sus ojos y sentí que algo me traspasaba por dentro. ¿Llegaría a descubrir mi verdadera intención? Parecía estar en trance cuando tomó el anotador y garabateó una decena de palabras.
            –Te esperaba –me dijo y percibí su marcado acento portugués. El tono de su voz pareció despertar en mí una conciencia alterna narcotizada–. ¿Vas a contarme por qué viniste?
            Asentí dispuesto a continuar con la farsa.
            –Sufro de vértigo. Soy arquitecto y no puedo permitirme esta debilidad.
            Él hizo un gesto con la boca que interpreté como una sonrisa.
            –Eso no es cierto. Viniste a verme porque querés acallar ese sueño recurrente de la sangre y la mujer morena.
            Sus palabras me desconcertaron. ¿Cómo podía saberlo? Ya no pensaba en el artículo para el diario, ni el éxito de mi columna, ni en la grabadora que zumbaba amalgamada ahora con los latidos de mi corazón. Quería escapar de esa mirada que parecía tener la facultad de ahondar en los vericuetos más profundos de mi inconsciencia
–Usted está loco y no pienso continuar con esta conversación.
Me puse de pie pero no podía ocultar mi conmoción. Ese hombre parecía haber acabado con mi entereza profesional.
–Ya es tarde para escapar. Este encuentro fue prefijado hace siglos. No podés evadir
la ley de causalidad. Deberás redimirte. La violencia que has perpetrado se volverá en tu contra.
            Yo estaba paralizado; mis músculos ateridos no respondían a mi cerebro. Él fue más rápido. Sentí el leve rozar de la aguja sobre mi piel y después me derrumbé en un letargo inefable.
            He permanecido en este cuarto desde ayer. Él se ocupó de que mi tortura fuera absoluta; clausuró la puerta y la ventana y me sumergió en la oscuridad. Me niego a creer en sus palabras, sé que fueron el delirio de una mente enferma. Pero anoche soñé con ella. Estaba junto al hombre moreno y nuestro deseo se había vuelto evidente. No fue en defensa propia, ni por amor. Fue por impotencia. Ella le pertenecía y yo no podía remediarlo. Acabé con su vida en menos de un minuto. El puñal me dio seguridad y ventaja. Ella se arrodilló a su lado pero no pudo llorarlo. Su cuerpo empapado en sangre me asqueó y tuve que huir.
            He dilucidado el significado del sueño, ahora conozco el rostro del hombre que asesiné. Pero sé que no obtendré su perdón hasta que la ley se consume. Voy a acercarme a la mesa y tomaré el estilete y el círculo será cerrado y el manto del olvido me devolverá la paz.

©Mariela Mariuzza 








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